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Todos Nosotros somos de Maturín.


Fue una de esas invitaciones que nos hacen a los músicos para asegurar nuestra presencia ante cualquier contingencia artístico-musical durante el festejo y usarlo para amenizar luego que los jóvenes de la música grabada hacen sonar el plagio de Pedro Elías Gutiérrez (Alma Llanera) dando por culminado su contrato. Por eso me invitaron.
No fue por la multitud de simpatías que se irradio a quienes me circundan, o por lo provechoso de la presencia de cinco convidados más en el ya extenso numero de comensales en la celebración.
“Profesor Ud. sabe…” a lo que me pregunté ¿Desde cuando soy un personaje de prestigio por mi acertada percepción del mundo que me rodea…? ¡Mi hija está cumpliendo años! Ah que bien, respondo con beneplácito, Que bueno… ¿Y cuantos cumple? Quince, profesor, alego: Como pasa el tiempo… A estas alturas del coloquio ya me imagino por donde se presenta la tesis. -Y la fecha tal, le celebraremos el cumpleaños, algo sencillo, porque la cosa esta muy dura y no hay mucho para gasto. Fulana me dijo que se lo celebrara en un club, pero imagínese usted, todo está tan caro…
Ya tenía las respuestas en mi rutina para desechar estas invitaciones:
Protocolo 1: “En verdad no puedo tengo unos compromisos de trabajo”
Protocolo 2: “Lo lamento, tengo enfermos en casa y no me gusta alejarme dada esa realidad, usted sabe; por si acaso hay una emergencia.” Todo esto agregando un poco de desaliño fuera de lo habitual y cara de desvelo y si es posible un educado bostezo.
Protocolo 3: “En verdad me gustaría ir pero mi religión no me lo permite” En particular ese nunca me ha fallado pero puede ser ofensivo en algunos convidantes.

Debo reconocer que tengo protocolos asombrosos para casos extremos. Una vez dije a alguien con cara de avasallante padecimiento el protocolo 35 : “Que pena lo que pasa es que en casa estamos pasando por un momento infausto; mi pequeña hija tenia como mascota una tortuga y por accidente la pise con el carro (debo aclarar que no poseo ningún medio de transporte, a no ser por las innumerables camionetas (perreras) que nuestro inútil alcalde nos impone como flamante medio de transporte para la ciudad mejor planificada de America), la pobre (presunta hija) esta maltrecha emocionalmente y en verdad no me gustaría que ella piense que miro con desdén su infortunio y parta a una fiesta cuando ella se halla en ese trance tan penoso.” Mi anfitrión quedo tan conmovido por el argumento, que me abrazo fuerte y me expresó: “Quisiera ser un padre como tu” Confieso que me sentí un poco incomodo en medio del abrazo, así que di tres vigorosas palmadas en la espalda de mi amigo como señal de que había concluido el conmovedor instante, lo cual este entendió rápidamente y dio por concluido el asunto.
Ciertamente he dado contestaciones a innumerables convites a los cuales no deseo concurrir por razones diversas; pero esta vez fui objeto de alguien mas sutil que yo en el arte de manipular, y antes de que prosperaran en mi mente ansiosa las refutaciones ha lugar, este me inquirió: Puede traer a la familia, pasaremos un rato chévere y celebraremos amenamente. Ud sabe que todos nosotros somos de Maturín…
… la tierra llama y yo soy un hombre muy apegado a sus raíces.
Cuando me dijo esto, enseguida mi mente voló a mi suelo natal.
Afloraron recuerdos hasta ahora olvidados e incluso olores y sabores en mi memoria revivieron: La Plaza Piar, Mi Colegio Uruguay, La Calle Barreto, en la que casi me atropella una camioneta la primera vez que hice un mandado a la bodeguita de la esquina, el señor Fermín (el bodeguero), quien tenia una camioneta Chevrolet que parecía que estaba casi llorando…( a lo mejor fue él mismo quien casi me atropella) ¿O era Ford?, La loca Obdulia con su espejito amenazante con el cual arengaba a los inocentes transeúntes ocasionándoles sobresaltos muy similares a los difundidos por el show de televisión, el “Asnobol”, nombre peculiar con el que los infantes nos referíamos al popular “raspao o cepillao” según sea la geografía como luego me percaté cuando me extendí mas allá de las fronteras del río padre y me desterré en Guayana, valga la aclaración, que luego de adulto… muy adulto, conocí que la terminología “asnobol” era una maturinización de la voz anglo “snow ball” que ya ustedes saben que traduce. Prosiguiendo con aquellas añoranzas recordé al chichero que nos ofrecía su bienamado producto a través de un orificio en la cerca de mi añorada escuela primaria, sin que nadie especulara que este expendía enjundias ilegales o intentaba seducir victimas inocentes para el mercado de los alucinógenos u otra perversión. Lo mas interesante era que este buen hombre conocido con el sobrenombre de “El hueco” debido a la abertura por donde comercializaba su producto, jamás hacia la chicha igual dos veces, de manera que lo que le adquiríamos hoy, con toda certeza mañana sería un producto totalmente desemejante. En una oportunidad la producción resulto de una consistencia tan densa que si por algún accidente, como suele ocurrirle a los pequeños en edad escolar, esta iba a parar al piso, serenamente podíamos volverlo al vaso, higienizarlo ligeramente e ingerirlo sin ningún riesgo e infortunios de salubridad colectiva. Nuestros padres al asignarnos la insuficiente mesada destinada a la merienda y conociendo las bondades de aquel producto nos recomendaban con insistencia: “Cómprale una chicha al señor Hueco…” asegurándose de este modo que si derramábamos la merienda, esta podía ser recuperada sin inconveniente alguno. En ocasiones la gustábamos si lavarla, confundiendo la tierra del suelo adherida al denso contenido con la canela en polvo que el amable Hueco le adicionaba a la porción; mas adelante fueron los guyaneses quienes agregaron la leche condensada a la mezcla acaparando toda la plaza laboral en este rubro (chicheros y heladeros) dejando sin sustento a Hueco y su insipiente industria. Es de vital importancia documentar que en ocasión de haber superado el tiempo de cocción de la mixtura de leche y arroz con especias aromáticas, esta se tornó de un color marrón claro, esa fue pues, la novedad gastronómica de la jornada porque además del seguro contra accidentes y tropezones involuntarios propios de la revuelta masa infantil arremolinada alrededor del gentil Hueco, se adicionaba la novedosa bondad del sabor natural de la leche ahumada, proceso al que luego el capitalismo salvaje y la insaciable sociedad de consumo denominó Arequipe, plagiando así el invento de nuestro gallardo chichero “El Hueco”. Por lo tanto, debo determinar enfáticamente que el producto conocido actualmente como Arequipe tuvo su idea originaria en las penillanuras de Maturín y no en otras latitudes como se nos ha pretendido hacer creer, así como de muchas otras mundologías que, “…si fuera tinta todo el mar y cada hoja un pincel y cada hombre un escritor y todo el cielo un gran papel, no bastarían para escribir…” acerca de los ostentos de mi amada Maturín.

“La tierra donde naciste no la puedes olvidar
Porque tiene sus raíces y lo que dejas atrás”

Este extracto del tema “Mi Tierra” que divulgara la diva Gloria Estefan contiene el arbitrio emocional cuando di oídos a quien me hablaba acerca de lo referido y nuestra procedencia geográfica.
Me he abstenido de ir a fiestas y reuniones familiares tanto acá en Guayana como en Maturín o Caripito (Cuna de la conchúa y la guabina) ni aún en fechas de extrema celebración o de intenso luto, decisión de la cual no me arrepiento porque hasta donde conozco hubo inclusive un conato de violencia con armas de fuego en alguna ocasión en medio de una de estas citas.
Pero en aquel penoso día, aquella infausta tarde escuché: “Todos nosotros somos de Maturín” y aquellas voces penetraron mis sentidos ensordeciéndome con silente estruendo, reactivando cada recuerdo olvidado de mi interrupta puericia en las “llanuras y vegas, altas cumbres y bosques sombríos” de mi cuna originaria. Solo eso convino para que depusiera mi actitud poco social, a sabiendas que tendría experiencias interesantes la mencionada celebración.

Pero eso es material de mi próxima entrega.

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